Esta breve nota es de mi nuevo libro «Fuego, Miel y Oro» que estoy escribiendo sobre las realidades de la América Latina que está relacionado con mis pensamientos multidisciplinarios sobre los grandes conceptos como derechos humanos, antropología, esclavitud, independencia, educación, trata de personas, medicina, filosofía, latinoamericanidad, euro–amero centrismo y tercermundismo, etc.
Este articulo publicado en MálagaReporter.com
Recientemente, el tema del aborto ha vuelto a ser relevante y ha dividido a nuestra sociedad en varios campos opuestos. Generalmente el aborto se atribuye, por un lado, a una dimensión puramente médico-legal y por otro lado a una teológica. Desde un punto de vista sociológico, aquí tiene lugar un conflicto clásico de dos generaciones y dos sistemas de cosmovisión dentro de una sociedad. En mi opinión, una solución armoniosa a este problema radica en ir más allá de esta dicotomía y de las reflexiones históricas. Al observar las discusiones sobre este tema, recordé que en la historia de América Latina hubo períodos bastante terribles que convierten al aborto en una cuestión profundamente filosófica y traumática en el contexto de nuestro continente.
Me acordé sobre la situación en Haití cuando las mujeres hicieron abortos como resistencia a la colonización. Imagínense el aterrador conflicto para una madre, que debe destruir su fruto para salvar a su Nación. De hecho, fue una forma de guerra, como cuando una mujer entrega a su hijo para defender a su patria, solo que este hijo aun no había nacido.
Hecho ampliamente conocido, que la situación actual de las mujeres en Haití es muy difícil. La tasa de mortalidad materna es extremadamente alta, la alfabetización sexual es, por el contrario, extremadamente baja. La violencia y los estereotipos oscurantistas contra las mujeres están muy extendidos en el país. Los abortos (por prescripción médica para salvar la vida de madre) son prácticamente inaccesibles y se realizan con mayor frecuencia de manera clandestina, mientras que una mujer que tiene un aborto está sujeta a una fuerte condena pública.
Después del terremoto de 2010, se atrajo la atención internacional, entre otras cosas, a las ciudades de tiendas («asentamientos de tiendas de campaña») alrededor de Puerto Príncipe, una especie de “barrios marginales alrededor de los barrios marginales”. Hubo una alta tasa de fertilidad incluso para los estándares de Haití. Muchas mujeres y niñas en estas ciudades fueron violadas y obligadas a dar a luz, porque no tenían dinero para un aborto clandestino en la clínica. Los abortos se realizan constantemente en el hogar, como resultado de lo cual las mujeres se vuelven infértiles, sufren infecciones y mueren. Sin embargo, esta situación no se diseñó en el siglo XXI ni en el siglo XX, sino mucho antes.
En tiempos de la esclavitud, las mujeres haitianas, especialmente las criollas, a menudo recurrían al aborto como una forma de resistencia. Esto afectó significativamente a los propietarios de esclavos de las plantaciones. El hecho es que la población negra de San Domingo fue extremadamente renuente a asimilar los principios familiares europeos. Varias fuentes hablan del libertinaje de los esclavos, quienes se negaron a crear alianzas económicas y sexuales sostenibles. Había muchas razones para esto: la falta de interés económico en la creación de familias, el acoso por parte de los propietarios de esclavos, el trabajo duro y no remunerado, que requería mucha energía; y finalmente, la renuencia de las mujeres a “multiplicar los futuros esclavos”, es decir, enviar a sus hijos a la posesión de su dueño. Por la élite que poseía esclavos, las criollas se consideraron como una mejor «fuerza de trabajo«, y también como una «base» más adecuada para crear familias del tipo europeo, en las que la iglesia insistió (aquí radica una de las razones de la popularidad del vuduismo en Haití: el cristianismo «tradicional» fue considerado como una de las instituciones del sistema de esclavos, y el vuduismo estaba «del lado de los esclavos»).
Las criollas con más frecuencia que otras mujeres recurrieron al «aborto en nombre de la protesta». Los dueños a su vez, intentaron destruir esta forma de protesta. Para ello, se utilizaron castigos físicos, que se aplicaron tanto a la mujer como a la partera que asistió el parto. También se practicó ampliamente la estratificación de las mujeres con la ayuda de los objetos «vergonzosos» que tuvo que usar (esto, por cierto, es un ejemplo vívido de cómo se formó el discurso de la Repugnancia, con la ayuda de la cual se estratifican y pierden informalmente protección legal las «mujeres caídas«: prostitutas, niñas que abortan, cantantes, mujeres que trabajan en las especialidades «equivocadas«; en una palabra, todas las mujeres a las que el Estado decidió expropiar con la ayuda de un aparato represivo, el control de la cultura de masas y las beneficiarias comunitarias del sistema).
Por ejemplo, algunos dueños de plantaciones obligaron a usar alrededor del cuello un aro de hierro a las mujeres que tuvieron un aborto, y las madres cuyos hijos murieron dentro de una semana y media después de dar a luz (la madre y la partera fueron acusadas de esto por defecto). El aro se usó hasta que la mujer quedó embarazada de nuevo. Por un lado, estratificó y calificó a la esclava como «más impotente» que las otras; por otro lado, sirvió como un símbolo de su «contención» (como un collar), en el tercero – exacerbó el sufrimiento durante el calor – el aro calentó y quemó a la pobre muchacha. También se practicaban los golpes de látigo, privar a la esclava del derecho a trabajar en su propio jardín, etc.
Si el niño sobrevivía, la madre y la partera eran recompensadas: la primera usualmente recibía un tejido para ropa y la segunda recibía una recompensa en efectivo. Los hijos de esclavos a menudo jugaban con los hijos de los amos, y se alentaba su presencia en la casa del propietario. Se creía que de esta manera «los niños se libraban de los vicios de sus padres«, aprendían un patrón diferente de comportamiento y consideraban al dueño de esclavos como su padre.
Por supuesto, la propaganda de los dueños de esclavos trabajó contra el aborto, intimidando a la población de la isla, formando un horror supersticioso ante una mujer que abortó, provocando odio hacia ella. Se instruyó a los testigos para que informaran sobre tales mujeres, para obligar a los esclavos a «delatar» a otros esclavos «equivocados», estos últimos tenían que ser aislados, estratificados, separados y hechos «presa para todos».
Obviamente, que la misoginia haitiana salvaje actual, las políticas gubernamentales anti-mujeres y un miedo religioso pánico al aborto se basan en esas antiguas leyes de los dueños de esclavos, con la ayuda de las cuales los dueños de plantaciones intentaron aumentar la tasa de natalidad, «reproducir» esclavos en sus tierras y educar a los residentes de San Domingo con el «espíritu correcto«.
Supongo que en cada país de América Latina se pueden encontrar casos tan terribles, que afectaron de manera traumática a la cultura, modificaron el curso natural de la historia y dejaron una huella en el destino de estas naciones. Creo que la problemática del aborto es mucho más compleja de lo que parece y es por eso que causa estas divisiones colosales en la sociedad. Espero que el ejemplo de Haití, haya demostrado que históricamente existe el derecho a llamarlo como un problema traumático, profundamente filosófico y existencial.